Una panadera casera no tiene porque madrugar. Pero claro yo me acosté pensando si mi masa madre recién nacida cambiaría algo durante la noche.
Abro un ojo, veo que ya es de día, en parte también porque ayer fue el cambio de hora de otoño,  miro el reloj (8:02) y me tiro inmediatamente de la cama para correr a la cocina, para ver y oler debajo de un gorrito de ducha. ¿Estoy mal de la cabeza? ¿Me he dejado abducir por los duendes de las levaduras?
Pero no, no puedo apreciar ningún cambio, aunque parece que quisiera empezar a oler un poco ácido. O seré yo que quiero ver que va avanzando. NO, definitivamente, huele un poquito ácido. ¡¡Bien!! Pero no me va a quedar más remedio que tener paciencia.
Menos mal que mi profe me dio masa madre de la suya y, mientras consigo por primera vez crear la mía, ayer empecé a preparar todo para poder amasar hoy por la mañana y hornear esta tarde. Así se me quita un poco el gusanillo y la paciencia me da un poquito más de si. A mi y a los de mi casa, que no entienden nada de lo que está pasando en los dos boles que hay en la encimera de la cocina tapados con un gorrito de ducha.