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Las hice el sábado pasado y una vez más me demostré a mi misma que no sé calcular el tamaño para un horno formato casero. Sí, sí, por eso tienen esas curvas, porque después de pasarlas del couché a la bandeja del horno me dí cuenta que les sobraban unos centímetros. De todas formas, he de decir que a mis cinco mini-clientes no les importó nada. Las devoraron con una avidez espeluznante acompañados de un sonido de fondo único: Mmmmmmmmmm, que buenas.

Y es que creo que ya le he cogido el truquillo a las masas de las baguettes. Me salen mucho más sabrosas si el primer levado es durante toda una noche, o hasta 2, en nevera. Eso sí, mucho cuidadito con que la masa se seque. He probado a prepararlas con poolish pero me parece mucho más engorroso y no noto gran diferencia.

Las hago siempre con harina panadera del amasadero y con el 65% de humedad. Aunque últimamente parece que estoy necesitando un poquito menos de agua, así que lo que hago es añadir un poco menos a ojo y si al amasar veo que la masa me pide un poco más de agua me mojo las manos, una o varias veces según como la note, y voy amasando hasta que el agua se ha integrado totalmente en la masa. Después la dejo descansar en un bol enaceitado. A la hora la doblo y la meto en la nevera y vuelvo a doblarla antes de irme a dormir. Al día siguiente o, incluso al otro, la saco a la encimera de la cocina y la dejo unas dos horas antes de empezar con el preformado de las baguettes.

Después de un rato de sacarlas a la mesa, lo único que quedaba de ellas era esto: