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Sí, orgullo de panadera, eso es lo que sentí al ver mis demi-baguettes ayer, cuando los greñados empezaban abrirse en el horno. Y es que prometían y, después de una emocionante espera, cumplieron con creces. Justo cuando llegaban los amigos que esperábamos a cenar, de mi horno salían las baguettes más bonitas que he hecho desde que Bea nos contará todos los secretos de estos delicados panes en su curso Baguette al desnudo.

Mi preferida es la del centro, tanto me ha gustado que la he elegido como nueva cabecera del blog. Tiene una forma un poco especial, no es rectita como una baguette clásica y es que, según aprendí en Babette, cuando las baguettes se hacen con masa madre, mola más darle un toque algo rústico y eso se consigue haciéndolas un poco panzudas y con un único greñado.

Para tener preparadas las baguettes para la cena del sábado, el viernes preparé 1.500 g de masa con un 65% de humedad, un 40% de MM y un 2,2% de sal rosa del Himalaya. Es decir: 360g de MM + 420g de agua filtrada + 720g de harina de trigo blanca del Rincón del Segura + 18g de sal. La dejé levando en nevera y la sometí a los doblados correspondientes.

El sábado por al tarde, después de dejar el bol atemperándose algo más de media hora fuera de la nevera, volqué la masa en la encimera enharinada y dediqué unos 900gr a estas preciosidades. Después del preformado y el formado, que hice con más cuidado del habitual para conseguir esas puntitas, que quedaron tostaditas y mirando hacia arriba, dejé las futuras baguettes descansando en el couché durante 1h y media aproximadamente. Las metí al horno a 250º, creando vapor. A los 10 minutos abrí la puerta del horno, dejé salir el vapor y lo bajé a 230º. Antes de que se cumplieran otros 10 minutos, ya tenían unos tonos dorados maravillosos y las saqué del horno. Estaban preciosas.